Cosas que hay que vivir…


Entonces ahí estaba yo, frente a tres hombres; uno gordito, otro alto y un tercero pelado, el único con ésa característica entre los tres: el que yo tenía que reconocer, porque incluso era la única característica que recordaba de cuando fui de visita por mi casa.
Del número uno al número tres, los hombres dieron una vuelta cuando la señora les gritó que lo hicieran.
No me podían ver, y supongo que tampoco llegaron a escuchar cuando le dije a la señora que el hombre en cuestión era el que tenía el número uno.
Otra vez al cubículo donde la señora minutos antes me escuchaba narrar los hechos, mientras hacía comentarios sobre mi hermano mellizo (que había entrado antes y había dicho casi lo mismo).
Firmamos. Nos dijo que el muchacho seguro regresaba al lugar del que había salido la semana pasada, y que no era la primera vez que estaba en eso. Todos hacemos algunos comentarios más sobre el tema en general: que no hay mucha alternativa a eso, que es un círculo del que cuesta mucho salir, que salen peor de cómo entran, y entonces ya estamos prontos para irnos.
De vuelta en casa, se hacen las siete de la tarde. Camino hasta el lugar en cuestión y espero hasta que una mujer me atiende:
-Sí, mirá… vengo a buscar unas cosas que me dijeron ya podía pasar a retirar.
-¿Qué cosas son?
-Son 2 serruchos y una impresora vieja.
-¡No me jodas! Jajajaja. Esperá que ya te las traigo.
-Sí, tristísimo, esas tres cosas nomás.
-Bueno, acá están. Firmá por acá y te podés llevar las cosas.
Firmé y volví a mi casa cargando la caja con un serrucho saliendo por la caja de forma amenazante.
¿Por qué lo cuento? Porque quiero que tengan claro que no importa si es un serrucho viejo, un lápiz mecánico o mi televisor, la cosa es que el que se roba algo de mi casa va derecho a la cárcel. Así funciona el asunto y están advertidos.

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